Cada cuatro años, los Juegos Olímpicos copan la actualidad informativa como referencia mundial del deporte, la integración social y la globalización. Tras la épica y la historia, la imagen también juega en ellos un papel fundamental.

Los Juegos Olímpicos paran el mundo cada cuatro años

Amantes y no amantes del deporte viven esta competición como una muestra de superación e interculturalidad que no tiene parangón; no obstante, nosotros vemos los juegos de otra forma. Sí, nos gusta que los nuestros ganen medallas, pero lo que más nos alucina es ver cómo cada país adapta su forma de ser y sus costumbres a un logotipo y una imagen corporativa que perdurará décadas.

Los juegos olímpicos ofrecen una variedad de formas, temas y colores (los cinco de los míticos aros olímpicos) que permiten al creativo de turno hacer prácticamente aquello que desee con la imagen de la competición. Hoy vamos a contaros como han evolucionado los logos de los juegos y qué nos han parecido.

Acompañadnos, arranca nuestra carrera de fondo 😉

Para no aburriros demasiado, iremos contando nuestras impresiones por bloques de tiempo que, curiosamente, han ido marcando una línea similar en cuanto a la imagen de cada uno de sus Juegos Olímpicos. Entre 1924 y 1936 el mundo vivió sus primeros cuatro juegos (con el permiso de nuestros antecesores griegos), competiciones deportivas en las que las reminiscencias artísticas de la época marcaron la imagen de cada cita. París, Ámsterdam Los Ángeles y Berlín presentaron logos sobrios, monocromáticos salvo en el caso americano, y con poco margen para la fantasía. Eran tiempos del blanco y negro, de guerras en muchos países y de poco, por el momento, espíritu olímpico.

Entre 1948 y 1960 comenzó a vivirse la primera gran oleada de cambios pese a que Londres 1948 apenas dejó diferencias con respecto a París 1924. Con Helsinki llegó la revolución y el frío tono azul de la ciudad se hizo sentir en un logo que marcó las bases para que, cuatro años después, Melbourne tiñese de verde su imagen por completo. Concesiones en cuanto a color que Roma terminó por borrar de un solo plumazo en los 60. Con ellos, su loba, su grafismo y el blanco y negro. Son muy clásicos estos romanos.

Pero en el 64 llegó Japón y estos, amigo, son diferentes: gran punto rojo como en su bandera, logo sencillo, pero con gancho. Llegan curvas que Méjico adopta en el 68 con un ‘loop’ casi mortal generando un logo que aún hoy sigue siendo referencia. Se nota que nuestros hermanos tienen ritmo, color y calor; algo que abunda menos en Alemania, Canadá y Rusia. Frenazo y vuelta atrás. Entre el 72 y el 80, si no entramos en batallas políticas, poco que contar en cuanto imagen.

En el 84 los Juegos Olímpicos vuelven a Los Ángeles y los americanos no pierden ahora la oportunidad de sacar a relucir sus estrellas y los colores de su bandera. Estos juegos marcaron una imagen que siguió Seúl 88 con otro de los logos más recordados de la historia. Tras ellos, turno para Barcelona, para la revolución inspirada en Gaudí y en una ciudad moderna que se propuso hacer los mejores Juegos jamás vistos. Logo conceptual y divertido. Entre el 96 y el 2008, con la salvedad de la sobriedad lógica de Atenas, asistimos a la presentación de logos coloristas en los que la imagen convive con los famosos aros, pero que ni mucho menos terminan de ser rompedores. De hecho, Atenas 2004 fue el gran triunfador de esta época.

Londres 2012 y Río 2016 cambian los esquemas, imágenes frescas, mensaje de unidad y apertura en ambos. Logos muy bien diseñados para juegos espectaculares en cuanto a resultados. Estamos en la edad de oro del diseño y estos logos lo ponen de manifiesto.  Tras ellos, y en apenas un año, volveremos a tener juego en Tokio que, curiosamente, recupera la sobriedad tras un logo fallido por acusaciones de plagio que, dicho sea de paso, no terminaba de decir mucho. Los japoneses apuestan por una imagen que nos recuerda a Múnich 1972 y a sus anteriores juegos y que va en la línea geométrica que se ha impuesto en la actualidad en el campo del diseño.

Un logo distinto, para un país distinto. Sin duda, santo y seña de lo que ha sido la historia de los juegos. La mayor competición del mundo, aquella en la que cambia la imagen, pero nunca el espíritu.